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La historia de cómo un cajero automático acabó con tu mala memoria


Estaba deseando inaugurar esta categoría:modelos que funcionan. La idea es la siguiente, te traigo soluciones técnicas, tecnológicas u organizativas que te encuentras todos los días y te explico en qué puedes reutilizarlo.
En esta primera entrada además, el protagonista eres tú. Te voy a contar cómo un cajero automático acabó con tu mala memoria.

Cuando lo comprobaste por ti mismo

Un día cualquiera, hoy, puede que mañana u otro día, necesitabas ir a por dinero al cajero. Además esta vez fuiste con ganas porque estabas deseando comprobar una cosa que habías leído en un blog en internet.
Con una sonrisita introdujiste tu tarjeta, tu código secreto y le dijiste al cajero cuánto querías sacar. ¡Ah, se acercaba el momento! Pulsaste operación finalizada y esbozaste una sonrisita.
Tal y como te habían contado, el cajero te da primero la tarjeta y luego el dinero.
Te preguntaste cómo no lo habías visto antes o a decir verdad, por qué lo habías visto todos los días y no habías sido capaz de aprovecharte de de ello. Pero hagamos un flashback, vuelve al día en que leíste eso en un blog.

El concepto

Si no coges la tarjeta, no te doy el dinero. Esta es la técnica infalible para que nunca te olvides tu tarjeta. Cuando te aproximas a un cajero tu objetivo (a veces con urgencia) es obtener dinero. Para ello necesitas la tarjeta pero no la percibes en ese momento como imprescindible.
Resultado: si lo primero que saliese del cajero fuese dinero, una buena parte de las veces te habrías ido dejándote la tarjeta. Lo cual, a largo plazo, no te gusta.
Aquí diferenciamos dos agentes: tú, el cliente; y el que creó el cajero, el diseñador. El diseñador es sensato, calculador y frío. Tú eres imprevisible, presionado por la prisa y no siempre con la cabeza despejada.
Por lo tanto el diseñador recurre a una técnica: las funciones obligadas. Es decir algo que tienes que llevar a cabo (recoger la tarjeta) para conseguir tu objetivo (el dinero). De este modo tú no necesitas acordarte de la tarjeta para llevartela a casa.

Cuándo se emplea

Las funciones obligadas te sirven para forzarte a pasar por un trámite que de otro modo olvidarías con facilidad. En lugar de dártelo inmediatamente, te impide acceder a lo que deseas y te obliga a hacer algo antes. Cuánto más difícil sea la condición, más estarás obligado a aceptarla.

Tú como diseñador

Eres diseñador cuando planificas, cuando defines tus objetivos y cuando piensas fríamente. Cuando miras a la báscula y te ves con algunos kilillos de más las intenciones son todas buenas. “Voy a hacer esto y lo otro…” Es en ese momento de convencimiento cuando debes actuar. Es el momento idóneo porque tienes fresco en tu cabeza el número de la báscula. Si dejas la acción para después con toda seguridad le restarás importancia.

Tú como cliente

Eres cliente prácticamente el resto del tiempo. Incluso a veces se agrava. Cuando te despiertas eres “muy” cliente, cuando llegas a la oficina, o cuando llegas a casa y no tienes aparentemente nada que hacer. Eres cliente en todo momento en que, o bien por falta de memoria o bien de voluntad, tienes todas las papeletas de caer en un vicio rápido. En los ejemplos anteriores podría ser dormir 20 minutos más, olvidarte de lo que tenías que hacer sin falta a primera hora o encender la tele porque es lo más grande y visible del salón.

La idea general es configurar tu entorno como diseñador, frío y pausado de modo que te obligues a evitar lo que harías mal como cliente.

Poniéndolo en práctica

Ahora bien, necesitas saber qué quieres y qué no quieres obligarte a hacer. No cometas el error de malutilizar esta nueva capacidad obligándote a hacer cosas que no quieres realmente.
Si vas a hacer imposible que tu despertador se apague (al menos desde la cama). Asegúrate de que, como mínimo, el cabreo que te puedas causar mañana es menor a las consecuencias de levantarse demasiado tarde.
Sino el principio es simple. Apóyate en reflejos que ya tienes para introducir condiciones previas. Algunos pueden resultar un poco inefectivos o excesivos al principio pero resultarán de una ayuda extraordinaria en situaciones de cambio. Por ejemplo, con la vuelta al trabajo en Septiembre se justifica el que la primera semana alejes tu despertador de tu alcance.

4 ejemplos más para ilustrarte:

  • 1. Esconder las llaves de casa encima/debajo de los papeles que tienes que llevarte mañana cuando salgas.
  • 2. Pon la silla de la oficina en una esquina y pon encima el material necesario para tu primera tarea de mañana.
  • 3. Para aislarte del ordenador pega un post-it en el medio de la pantalla / saca el ratón de tu alcance / desenchúfalo y sácalo de tu alcance.
  • 4. Tira el libro que te quieras leer en tu sitio favorito para ver la tele.

Además, esto también funciona con lo que tú quieres para otros. Sólo que aquí las condiciones que provoques se te achacarán todas a ti. Procura que sirva de recordatorio, o en otras palabras, que incluso viéndolo la persona no va a rechazar la tarea que le sugieres.
Siendo poco agresivo puedes lograr que tus hijos se cepillen los dientes todas las noches simplemente poniéndoles el cepillo y la pasta encima de la cama. Si sólo hacía falta recordárselo cuando lo vean, lo harán.
Dicho esto me encantará saber qué cosas que os olvidáis con frecuencia y cómo vais a solucionarlo con una función obligada. Empezando por mi, debo admitir que empleo constantemente el ejemplo 4 y además no paro de poner papeles encima del teclado.
¿Y tú qué vas a solucionar con una función obligada?

La historia de cómo un cajero automático acabó con tu mala memoria

de Técnicas de Organización